lunes, 5 de marzo de 2012

Entre raíl y raíl

Qué sensación. Viajando da igual donde pero siempre con un objetivo. Siempre con ganas y donde ese pequeño bote entre raíl y raíl se torna en un suave balanceo que te hace recordar grandes momentos y reflexionar más allá de lo que eres capaz un día cualquiera sobre tierra. Para mí siempre es una sensación espectacular, y más aún tras recorrer toda Europa entre raíles o siendo una pieza esencial compañera de viaje y sentimientos en los mejores momentos de mi pequeña vida en el Benelux. Siempre es un placer desde entonces viajar en tren, entre amigos y unas buenas cervezas, o sólo, como hoy con los campos de Castilla en la ventana con unos colores increíbles y el sol de la tarde cayendo sobre ellos.

Este traqueteo me ha acompañado desde aquel instante que subimos a un tren en Hendaya. Aquel tren no traqueteaba como los de Europa del Este, desde luego no brincaba como aquel coche-cama entre Sofia e Istambul en el que había que agarrarse para no caerse del camastro, pero significó el comienzo de sin duda la mejor etapa de mi vida. Esa etapa en la que comencé a darme cuenta que los sueños de niño se podían hacer realidad. Y no solo podían hacerse, sino que se cumplían. Volar a más de 300km/h, despertar en un vagón con el amanecer sobre el lago Lehman en Suiza, subirse a un tren por la noche y despertar en otra ciudad, otro país. Son muchas las horas dentro de un tren soñando en llegar al siguiente objetivo. Nunca hubiese imaginado ir en un tren que se metía dentro de un barco para llegar a la isla de Copenhague. Tampoco viajar en un vagón con las puertas abiertas hacia Auschwitz o en uno antiquísimo de congeladora madera en Bosnia-Herzegovina. También hemos vivido experiencias duras donde uno aprende lo que puede aguantar. Desde entonces no existen los insulsos escrúpulos tras tener que utilizar esos “excelentes” baños de vagón con vistas directas a la vía. Recuerdo una “agradable” noche entre Dinamarca y Alemania durmiendo hacinados en el pasillo del vagón, recibiendo patadas del ticketeur y trajín de extraña gente subiendo y bajando, sin saber aún como pudimos sobrevivir, u otra durísima entre Polonia y Budapest en la que en plena noche tuvimos que hacer dos transbordos con peligro de pasarnos de estación. Hoy lo recuerdo con un inmenso cariño y daría cualquier cosa por poder volver a vivirlo. Volver a estar en cualquiera de esos trenes europeos, rodeado de gran parte de los mejores amigos y compartiendo esas cervezas calientes, que por cierto, tampoco me han abandonado desde entonces y también fueron protagonistas en la etapa belga y en siguientes experiencias Erasmus: Cerves y traqueteo.

La etapa belga, mi vida belga. Trenes a Bruselas, a Gante o Brujas. Trenes de fiesta, de visita o yendo a ver dos de las mejores Clásicas del ciclismo. Trenes cumpliendo sueños. Trenes a Charleroi para viajar a Polonia. Trenes a Charleroi para volver a España. Espero que pronto, trenes de Charleroi para volver a “casa”. Y como no ese expreso de color blanco y rosa entre Bruselas y Amsterdam, con dos estaciones importantísimas entre ambas capitales. Todo un año en un tren y toda una pequeña vida en el tren.

Hoy estoy aquí. Balanceándome ligeramente, de un lado a otro, disfrutando. Se me está haciendo corto el viaje y eso que he cogido el Regional, el barato. El objetivo: reencontrarme con buenos amigos que hace años que no veo. El significado, aún tengo el viaje de vuelta para reflexionarlo con emoción. Echaba de menos un viaje como este, esta vez solo, pero el próximo espero que acompañado, y si es con una buena cerveza, mejor. De mientras, este momento me lo dejo para mí, esperando al menos poder compartir un poco de lo que trasmite este traqueteo. Este mundo entre raíl y raíl.

Grimpeur!

1 comentario:

  1. que bien dicho, yo tambien echo de menos las cerves y el traqueteo, a ver si venis a verme y nos hacemos un tour entre railes!

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